Laica o Libre

Primavera del 58. En las calles toda la estudiantina argentina. Le estaban por aplicar la primer puñalada trapera a la escuela de Sarmiento bajo la cobertura perversa de la libertad de enseñanza. Lo iban a conseguir. La gran batalla callejera fue la avant premier del vacimiento y el genocidio. Laicismo, verdadera libertad y gratuidad empezaron a ser pasado. Enseñanza privada y privilegiada con subvención estatal. Un repaso de los que no arriaron banderas y de los traidores.

25.8.10

PARA MATIZAR LA LECTURA

27.10.08

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14.5.06


"Todas las manos, todas;/ todas las voces, todas..."

Amílcar Romero

L A I C A o L I B R E
La última gran batalla estudiantil
El doctor Risieri Frondizi presidiendo una reunión del rectorado de la UBA.



A todos los persas les está permitido enviar
a sus hijos a las escuelas libres.
Pero sólo los que pueden criarlos en el ocio los envían.
Los que no pueden, no los envían.

JENOFONTE
[Citado por H. Sanguinetti en el trabajo más abajo mencionado.]

TODA LA CARNE SOBRE EL ASADOR

El Congreso de la Nación, inaugurado en 1906. Aquella noche no lo iluminarion a giorno. Alcanzó con la multitud.

-¡ESTA NOCHE, AQUI, compañeros, se da la última batalla por la democracia! -remató su intervención Omar Patti, presidente de la FUA, la entidad organizadora, que hacía poco había reemplazado en ese puesto al cordobés Francisco Delich, quien formará parte de Pasado y Presente, un grupo de estudios marxistas que marcaría la vanguardia con José Aricó a la cabeza.

El bramido de la multitud lo tapó todo. Al otro día, La Razón de los Peralta Ramos y Félix Laiño, voceros extraoficiosos del Comando en Jefe del Ejército, que durante la desconcentración sus pizarras de la Avenida de Mayo iban a ser abucheadas, insultadas y escupidas, hasta hacerse acreedoras de algún huevo podrido o tomatazo, más alguna piedra perdida, tal como establecía el ritual, lo mismo que las de La Prensa y la La Nación, como representantes y quintaesencia de lo oligárquico, imperialista y reaccionario, reprodujo la cantidad oficial aceptada por la Policía Federal, a cuyo frente el PE había puesto al capitán de navío Ezequiel Niceto Vega, quien a partir de estos acontecimientos iba a ser rebautizado Niceto El Pollo, en un impensado homenaje y resurrección que jamás hubieran soñado Estalinao del Campo o Mujica Lainez: 160 mil almas. El 50% clavado, por lo menos, según la liturgia vigente. En enero de 1974, en una edición a la que el mensuario Todo es Historia le dedicó la tapa y adentro un exhaustivo y documentado trabajo de Horacio Sanguinetti, reconoció hidalgamente más de 250 mil . Los organizadores, claro, hablaron de medio millón. Quienes conocen de este manido tire y afloje, de un bingo casi chiquilín como apolillado pero que sigue vigente -sobre todo con la capacidad de la Plaza de Mayo y el Luna Park-, si se toma como cierto que sobrepasaban cómodos los 350 mil no hay riesgo alguno de tropicalismo y capaz que todavía uno queda un poco corto. Ahora, este juego de abalarios no puede soslayar que en aquel entonces el país tenía exactamente la mitad de la población actual y que si hoy se juntan 30 mil almas para cualquier acto es todo un éxito multitudinario.

Fue el viernes 19 de septiembre de 1958. La estudiantina universitaria y secundaria alfombró la plaza de los Dos Congresos, la Mariano Moreno y primeras cuadras de las calles y avenidas que allí desembocan. Las diferentes columnas empezaron a llegar a partir de las 16:30. Las más impresionantes fueron las de la FULP platense, que lo hizo a pie, desde Plaza Constitución, por la 9 de Julio, a medida que iban llegando los trenes tan atestados que las viejas máquinas de vapor eran colmenares humanos y los maquinistas de La Fraternidad se adherían dándole duro y largo al silbato en todas las estaciones y pasos a nivel importantes, los grupos hacían cada tanto un alto reparador para terminar reagrupándose a la altura de Rivadavia y así por fin marchar atrás de la FUBA, como estaba previsto; la de Ciencias Exactas que arrancó de la hoy Manzana de las Luces, Derecho desde el bajo y Económicas y Medicina, prácticamente juntas, que lo hicieron por Córdoba y Callao. El ingreso de las autoridades, por la Avenida de Mayo, en una primera línea y tomados del brazo con el rector Risieri Fondizi al centro, flanqueado por José Luis Romero, Manuel Sadovsky, Rolando García, Florencio Escardó, Gregorio Klimovsky, Eva Giberti, Hilario Fernández Long para arbitrariamente nombrar a los públicamente más conocidos, porque iba prácticamente todo el claustro de docentes, entrelazados, en el bloque más compacto, y unos pasos más atrás, de vereda a vereda, la pancarta de la FUA, que honoríficamente les había cedido la cabeza a los maestros, como debe ser, y el río con las banderas violetas de la Reforma Universitaria que se habían enarbolado exactamente cuatro décadas atrás en La Docta.
Saldo: ni un detenido, ni un vidrio roto.

Fue la respuesta a la mojada de oreja desde el Gobierno, el lunes 15, cuando con toda la infraestgructura y aparato del Ministerio de Educación que regenteaba Luis McKay, se repartieron por todo el país pases libres para viajar gratis en trenes y micros; en los colegios religiosos capitalinos y de alrededores se tomó asistencia para darles por el lomo a los indiferentes y reacios que no se movilizaban y de esa forma estaban contra Dios, la Madre Iglesia y la Patria. Contaron con el imponderable apoyo del Partido Cívico Independiente del capitán ingeniero (RA) Alvaro Alsogaray, que venía de ser funcionario peronista (gerente de la estatal Aerolíneas Argentinas) y del Laborista de Cipriano Reyes y Atilio Bramuglia, tradeunionismo de entrecasa, un sellito con el que Juan Perón se presentó a las elecciones de febrero de 1946 para acceder por primera vez al sillón de Rivadavia.
Los más entusiastas se animaron a estimar unos 60 mil presentes. Todos muy bien vestidos, por cierto, y con refulgentes y caros uniformes de los colegios privados de más rancia estirpe nativa. El rubro oradores no fue lo más fuerte. Alberto Mazza lo hizo por los estudiantes, consiguieron a un obrero (un uruguayo que no se sabe a santo de qué subió ni de dónde había salido), al doctor Zorraquín Becú, quien con voz inflada de patriótica emoción lanzó el anatema de práctica contra "los admiradores de Moscú" en lo más ardiente de la Guerra Fría y la fervorosa adhesión por escrito de Alsogaray contra "el monopolio totalitario de la enseñanza".

"SALI AL BALCON, MI QUERIDA MARIPOSA"

Una escena repetida que no vale comentar. La Noche de los Bastones Largos. Directa secuela de la derrota del '58.

Los asistentes charteados, grupís y hasta algún convencido por cuenta propia se encolumnaron, y como si no estuviera programado fueron hasta la Plaza de Mayo. Repitiendo un creativo rosario de slongans como ¡Libertad! ¡Libertad! o Risieri a Moscú, sobre el cordón de Balcarce pidieron a gritos la presencia del presidente.

En el Balcón del General, por supuesto.

No se hizo rogar mucho, a decir verdad. Había llegado a tan alto rango después de fracturar al viejo partido de Alem y pactar en Caracas el voto peronista, en la carta orgánica de su fracción estaba su profesión de fe por los principios de la Reforma Universitaria y en febrero de ese año, de manera aparentemente intempestiva, había sacado a relucir una conquista de la Iglesia Católica sobre el efímero jefe de la Revolución Libertadora, general Eduardo Lonardi, y puesto en el candelero entregarle a la iniciativa privada la prerrogativa de entregar títulos universitarios habilitantes. Entre ellos su propio hermano, rector de la UBA, se estrujaron la mollera buscándole un porqué a quien iba a hacer de la perfidia y el panquequismo una de las bellas artes, y más encima resultar reivindicado por una historiografía chirle como un estadista brillante y poseedor de una inteligencia como pocas.

En la aventurita populista de pisar el popularmente sacralizado espacio lo flanquearon Alfredo Roque Vítolo, ministro del Interior, Oscar Alende, (a) El Bisonte, gobernador de Buenos Aires, y monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata. Cuando retornaran al despacho, se agregarían el tucumano Celestino Gelsi, Mariano Castex y otros prohombres del momento. Los escépticos o amnésicos, si todavía dudan, pueden consultar crónicas y documentos fotográficos de la época. La apatía y falta de convicción de los presentes, inversamente proporcional a sus niveles de vida, convirtió a los que creyeron que se trataba de algo parecido a un momento histórico en una monigotada de tristísimas proyecciones.

El 30 de noviembre de 1978, a dos décadas de lo sucedido y en pleno apogeo de la hasta ahora más feroz dictadura genocida, la agencia oficial de Clarín en la capital bonaerense despacharía lo que sigue: "En el Colegio San Cayetano de los padres teatinos de esta ciudad se llevó a cabo un acto evocativo de la Ley de Enseñanza Libre con la presencia de 200 alumnos de colegios primarios y secundarios privados, rindiéndose, paralelamente, un cálido homenaje al arzobispo monseñor Antonio J. Plaza por su consagración y esfuerzos, desde 1956, en favor de la escuela católica argentina." Ya habían pasado veinte años en un país que olvida a los veinte minutos, y a la hora de los blanqueos el purpurado no se anduvo con chiquitas, menos tratándose de un epicentro como La Capital Nacional del Capitán Capucha, la de La Noche de los Lápices, y encima ya éramos campeones del mundo. "El ex presidente Frondizi", remarcó, tal el verbo usado por el corresponsal, "cumplió los compromisos y tuvo coraje cívico para estas realizaciones en pro de la libertad de enseñanza y la interrupción de su gobierno dejó inconclusos propósitos relevantes de apoyo sin retaceos a la escuela católica."

¡Qué injusticia! Cuánta intolerancia religiosa, ¿no?

Este prelado, que hizo méritos de sobra para ser uno de los más nefastos entre los muchos nefastos que ha padecido y padecerá la República Argentina por obra, virtud y gracia del principal pacto preexistente en el preámbulo constitucional y que tiene de manera no muy difundida que las actividades, balances y demás del Banco Provincia sólo pueden ser conocidas por el titular de la Casa Rosada, ya había hecho pesar sus influencias para que el Vaticano le levantara la excomunión a Juan Perón, y poquito antes del sentido recordatorio del 20° aniversario, había hecho oídos sordos a los ruegos familiares para que intercediera ante el jefe de la Policía Bonaerense, el entonces coronel Ramón Camps, y devolviera con vida a un sobrino de su propia sangre que había chupado entre los otros cuatro mil que se jactó como obra personal ante la prensa europea. El propio Arturo Frondizi, que fue a parar a Martín García --sin banda ni bastón-, después de un total aproximado de 132 chirinadas, cuartelazos, zapateos, intentos de golpe de Estado, inquietudes en todas las armas y de todos los calibres, que en el colmo del patetismo le pidió a su correligionario por partida doble, ya que también él hincha de Almagro, un club de 1a. B., el presidente Raúl H. Colombo -presidente de la AFA y de celador a rector, sin estaciones intermedias, de un colegio secundario gracias a su impenitente oficialismo y compartir ambas camisetas-, que organizara un partido internacional para postergar las iras castrenses; aunque sea noventa minutos más en el silloncito, y el 2 a 1 a México en un nocturno en el Monumental los sulfuró todavía más, tuvo en su propia familia un hermano y un sobrino segados por la picadora de carne del Proceso, y eso jamás obstaculizó su irredenta admiración por lo que entendía una tarea patriótica y necesaria.


EN EL REINO DE LAS IMPOSTURAS

Facultad de Medicina de la UBA, virtual sede la FUA regenteada por Ariel Seoane, llamada El Kremlin Argentino.

En la formidable y popular batalla que ha quedado sellada per secula seculorum con el rótulo Laica o Libre, bien a la argentina, nunca estuvo en juego la laicidad y menos que menos la libertad de enseñanza. Curiosamente, también, nunca nadie ni siquiera tiró una suposición acerca del posible autor o autores de la falacia. Sí se supo que el que echó a rodar la exhumación del tema estuvo a cargo del estratega de mesas de arena y monje negro del desarrollismo, Rogelio Frigerio, un ex comunista con ese extraño carisma de los líderes de minorías exquisitas e incomprendidas.

Para tratar de quedar bien con tirios y troyanos, el autor de la romántica fórmula Ni vencederos ni vencidos, había puesto en el Ministerio de Educación, de la que no tardará en pasar a llamarse La Libertadura, al archicatólico Atilio dell'Oro Maini, un hombre de la curia en cuanto golpe de Estado hubiera y se preciara de tal. El balance fue intentado dándole la intervención de la UBA a un intelectual de relevancia y fuste como José Luis Romero, socialista no del ala dura, pero reconocido por sus nulas simpatías al peronismo y todo lo que se le pareciera. A fines de 1955, cuando el golpe había sido en septiembre, ya estaba listo el decreto 6.403, el que traía bajo el poncho el famoso artículo 28 y su perverso contenido. Fueron consultados los ocho interventores, pero como en estos casos Dios mira para otro lado, a Romero, que estaba enfermo, le mandaron dos emisarios con los mejores apellidos de Palermo Chico, los que por el apuro no le leyeron el dichoso artículo y también se olvidaron de dejarle copia. Al promulgarse la medida y ver cómo le habían metido el dedo en la boca el autor de Historia de la cultura argentina, entre otros clásicos, protestó por carta y en un tono tan claro como enérgico no dejó margen de dudas sobre su rechazo total y sin cortapisas. A todo esto, ni lerdas ni perezosas, en Buenos Aires y Córdoba se constituyeron universidades católicas listas para expedir títulos nacional habilitantes, y en su explicación ante el engendro llamado Junta Consultiva Nacional, el cuestionado dell'Oro Maini sacó a relucir otra vieja costumbre argentina: explicar claramente cómo no había dicho lo que había dicho y cómo lo que estaba escrito no quería decir lo que las palabras decían. Ya pasado Lonardi a disfrutar del sueldo de ex presidente, su reemplazante, Pedro Eugenio Aramburu, no abandonó otro sendero patrio que es un verdadero derrotero: le pateó la pelota al gobierno siguiente. En el medio, también en Santa Fe, hubo una Convención Constituyente para derogar la peronista de 1949, pero a este asunto igualmente le pasó como cuando se trata de juntar agua con un tenedor.

Los votos peronistas ungieron ganadora a la fórmula Frondizi-Gómez. Los comunistas la apoyaron sin apoyarla, debido al fuerte lazo de intereses con los radicales balbinistas, sobre todo en las cooperativas agrarias del interior y los fuertes capitales del Fondo Movilizador de Fondos Cooperativos. Antes de que los ganadores se hicieran cargo, en Carlos Paz, en una finca de los jesuitas, en una reunión que fue coronada con la actuación del coro que dirigía Mariano Castex, se trazó la estrategia a seguir en la materia, y ya antes de calzarse la banda al que se mostraba como preclaro sucesor de la intransigencia de Amadeo Sabattini y discípulo de Moisés Lebenson, había formado una comisión para implantar universidades privadas, que estaba integrada, entre otros, por el padre Ismael Quiles y los doctores Raúl Matera y Aristóbulo Aráoz de Lamadrid. El resto de los integrantes pueden resultar insalubres, y como tras llovido, mojado, el 6 a 1 checoslovaco en Estocolmo dejó knock out down no sólo al ego futbolero nacional, y en la AFA, una asamblea para pedirle rendición de cuentas a Colombo por algunas diferencias en los vueltos y por qué varios de los jugadores elongaban todas las noches en las boites suecas y se acostaban a la hora en que los obreros locales entraban a trabajar; se armó un despelote de tal calibre que se pidió un cuarto intermedio que hasta el momento de estarse tipeando esta edición no terminó, por lo que todo lo actuado hasta ahora tendría que estar en veremos, títulos mundiales incluidos. (Ver repercusiones de este hecho que va a contar con un joven muerto y todo.)

En agosto ya comenzaron a circular los trascendidos (leáse: sondeos de los services) que se venía por fin la reglamentación del revulsivo artículo 28. No se necesitaba ser futurólogo para predecir que por lo menos la mano venía tumultuosa. Y el 2 de septiembre voló la primera piedra y nadie escondió la mano. Fue un alumno secundario de un colegio estatal el que hizo puré un vidrio de uno privado y católico. Dicen que era del nacional Mariano Moreno, afamado por su alumnado poco dócil y que siempre se tomaron en serio lo que está cifrado en ese nombre.
Lo metieron preso, pero a las pocas horas, por orden de McKay, fue dejado en libertad. De ahí en más, todo un poco como que comenzaría a ser meramente estadístico.

PARTIDOS POR EL EJE Y AL MEDIO




Jorge de la Rúa, en nombre del clan familiar, en la Córdoba del '58, a pesar de que su partido estuvo a la cabeza de la Reforma cuatro décadas antes, fue la voz cantante de los Verdes. Casi medio siglo después, como ministro de su nefasto hermano, sería ministro de Justicia de la cuasi disolución y siete muertos más para el misterio.





Ni el más palurdo de los alineados con los violetas, que decían defender la enseñanza laica, jamás cuestionada, dejó de estar íntimamente convencido que lo que estaba en juego era la escuela de Sarmiento. Con la misma enjundia, en la otra vereda, no había uno solo, así no tuviera en el bolsillo ni una chirola para un caramelo, que era la salvación divina la que los sacaría de las mazmorras tiránicas y asesinas del comunismo internacional con capital reconocida en Moscú y agentes perfectamente entrenados allí y en las otras capitales detrás de la zarandeada y pregonada Cortina de Hierro, luego del correspondiente lavado de cerebro, para atraer a los chichipíos con sus cantos de sirena.

Y entre los de arriba, mejor ni hablar. Irreconciliables. Agua y aceite. El ya citado Sanguinetti hace expresa mención a esta inútil e inexistente confrontación confesional, pero también acepta que en materia educacional, sin pulcramente meterse en otros ámbitos, desde la Reforma del 18 habían quedado pendientes cuestiones varias entre los laicos y la Iglesia. Los factores históricos son incontrolables y septiembre de 1958 surgió como el momento adecuado para dirimirlo .

La estudiantina ruidosa, bastante escandalosa y muy proclive a dirimir todo a cascotazos, estuvo a cargo de los secundarios, un ámbito junto con el primario donde la Iglesia seguía logrando avances, amén de todo el inmenso terreno conquistado. Pero era la primera vez que se atrevía a tratar de meter baza en las universidades, un bastión jacobino que se creía inexpugnable. Ese mismo 2 de septiembre, en la vieja casona de Viamonte 430, el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras organizó un acto donde hablaron Abel Latendorf -del ala dura del todavía no escindido Partido Socialista-, el subdirector nacional de Cultura, Ismael Viñas -un izquierdista que había creído en el canto del cisne- y en nombre de los estudiantes, Eliseo Verón, un científico social brillante que terminaría ablandado por la Sociedad de Consumo y sus tentaciones varias. En las casas de cambio el dólar alcanzó un récord histórico y los bancarios y obreros de la carne estaban en pie de guerra, sin contar con que entre los aviadores había ganas de hacer unos vuelos rasantes.

Como al día siguiente el Congreso iba a tratar el Estatuto del Docente, la FUA llamó a la movilización. A la mañana la cúpula reformista se reunió con el presidente en Olivos para entregarle un petitorio. La pacatería del lenguaje formal señaló que la reunión fue tensa. Todo lo contrario del clima que campeó en el encuentro con monseñor Plaza y en las declaraciones oficiales a posteriori, donde el autor del intransigentemente nacionalista Petróleo y Política, los recursos del subsuelo jamás debían entregarse, ratificó a rajatabla su convicción en favor de la libertad de enseñanza.
En otros términos, si algo le faltaba para confirmarse, la guerra acababa de ser declarada.

A falta de mayores conflictos, en conferencia de prensa, el presidente de la comisión parlamentaria respectiva, Alfredo Lorenzo Palacios, el primer diputado socialista de América desde hacía 54 años, declaró nulos a los contratos petroleros, y durante tres horas explicó los fundamentos. Si hacía falta combustible para el incendio total, ya estaba. Pero el inicio formal de las formidables movilizaciones y batallas callejeras con la policía, que durarán con toda intensidad dos semanas sin parar, empezando a amainar paulatinamente luego, fue el jueves 4 de setiembre. Los colegios nacionales Buenos Aires y Avellaneda, la Escuela Normal N° 2 y el Liceo N° 2 salieron con todo. En el primero de los nombrados, algo así como la excelencia y el símbolo mismo de la educación -el escenario de la Juvenilia de Miguel Cané-, los activistas entraron directamente con garrotes y arriaron con cualquier atisbo de neutralidad entre la estudiantina remisa o que pretendía continuar con la premisa peronista de casa al trabajo y el trabajo, a casa. A la noche, el ministro McKay dirigió un mensaje por radio. Las cifras, aunque oficiales, eran ciertas en cuanto a que todavía en la mayoría de las instituciones secundarias se mantenía cierta normalidad en las clases, pero todo estaba todo listo para el estallido. La explicación del ausentismo en las escuelas profesionales de mujeres fue que se había debido fundamentalmente a la lluvia. Tamaña argumentación fue motivo de las más implacables humoradas.

Pero el epicentro estuvo en la vieja Facultad de Ciencias Exactas, la que ocho años después va a ser el objetivo único, principal, de La Noche de los Bastones Largos para liquidar de manera definitiva casi medio siglo de cultura nacional, sobre todo pegando en el talón de Aquiles de los años que se venían, desarticulando camadas enteras de ciencia y tecnología. El orador principal fue Risieri Frondizi. Caminando peligrosamente por el filo de la ética de su condición de rector de la UBA, los lazos de sangre con la máxima autoridad (por lo menos formal) del país, fue el encargado de poner los puntos sobre las íes y centrar en qué consistía el fondo del conflicto.

El marco fue impresionante. No sólo los balcones de todos los pisos sobre el patio central rebasaban de estudiantes y carteles. También todos los alrededores, a pocas cuadras de la Casa Rosada.

El comienzo marcó un tono que no abandonaría:

-Deseo que se reconozca el derecho del rector a opinar como ciudadano y a expresar libremente, aun con pasión, las ideas que sustenta. Si tuviera que renunciar a este derecho, preferiría hacerlo a la investidura. Por encima de toda investidura está la persona humana y el ciudadano que desea hacer uso de una libertad esencial.

Aclarado el terreno, pasó al ataque:

-No daríamos este paso si no tuviéramos la certeza de la gravedad de la situación y el convencimiento de que la libertad de cultura está en peligro y que su defensa es nuestro primer deber -señaló el hombre proveniente del campo de la filosofía y autor de varios ensayos en la materia, aparte de la cátedra. -Hablemos claro, señores: no puede traficarse con los principios.

La ovación lo barrió y fue sostenida. Nunca un rector de la más reputada universidad de Latinoamérica había llegado hasta allí y logrado semejante apoyo de todos los claustros.

-Que lo haga quien tenga la conciencia moral de vacaciones -alcanzó a meter cuando el borbollón bajaba y fue peor porque hizo pesar más el tenor de la nueva arremetida vocinglera.

La juventud es maniquea, jamás benigna. Pero fundamentalmente es incondicional hasta las últimas:

-¡Risieri, te seguimos! -fue la consigna espontánea durante un largo rato.

-El Poder Ejecutivo confunde el principio de la libertad de enseñanza con la entrega a instituciones nonatas del derecho de otorgar títulos habilitantes, el que le corresponde exclusivamente al Estado.

Fueron mazazos tras mazazos:

-Las universidades privadas han copiado lo peor que tienen las estatales: el profesionalismo. A ellos no les interesa la búsqueda de la verdad. Prefieren lanzarse inmediatamente al mercado de la venta de títulos.

Y otro rugido cavernario.

-Comenzaron por la cáscara, con la vana esperanza de que el calor oficial les permitiría incubar el huevo infecundo. Las instituciones creadas por iniciativa privada, en contraste con las que dependen del Estado, son universidades privadas, no libres.

Lo siguió uno más.

-Lo libre se opone al concepto dictatorial o sectario. La libertad significa falta de coerción física o espiritual. La libertad de enseñanza está íntimamente ligada con la libertad de cátedra, y si no hay libertad de cátedra, la libertad de enseñanza es una ficción.


Y otro. Era el catecismo de la Reforma del 18. Prácticamente le faltaban sólo las comillas.


-Estamos dispuestos a volver a la pacífica y patriótica labor constructiva en la que estábamos empeñados. Para ello será necesario, primero, que el Congreso de la Nación derogue el artículo 28; segundo, que el Congreso sancione en este período de sesiones la ley universitaria que permita trabajar en paz y por el bien del país; tercero, que el Poder Ejecutivo se deje de hace política con las cuestiones educativas y que recuerde que fue elegido para gobernar y no para traficar en el mercado de los intereses políticos con las conquistas culturales del pueblo argentino.


Fueron alargados minutos por la magnitud de la ovación. Le estaba hablando a su hermano de sangre. La controversia también ya había partido amistades. Las miradas, entre los jóvenes, no importaba el sexo o las edades, antes que a cualquier otro lado, iban a la solapa izquierda para ver si la cintita en V, prendida con un alfiler, era violeta o verde.

EL PUNTO DE NO RETORNO

Aunque con destinos diferentes, el médico de Banfield tuvo una afinidad de fondo con Perón: la falta de escrúpulos para aliarse con cualquiera en el terreno político. Desde segundón de Frondizi a los militares, pasando por los vueltos del ERP y terminar como furgón de cola del duhaldismo.

Terminado el acto, siempre con el rector a la cabeza, acompañado por Florencio Escardó, la multitud encaró por Diagonal Sur hacia Plaza de Mayo y al pasar frente a la Casa Rosada no tiraron con flores. Lo más cariñoso fue la pulla que obtuvo mayor cantidad de adeptos. Se podría decir que la unanimidad:

Che, Arturo:
mirá al país;
por lo menos,
asomá la nariz.

Era un tanto obvia la alusión al prominente apéndice nasal del nacido en Corrientes que se dirigía siempre a los veinte milliones de argentinos.

Al retomar por Rivadavia y pasar frente a la Catedral no se anduvieron con chiquitas ni remilgos: la silbatina casi apagó la lámpara votiva. Y también el no menos sentido:

A la lata, al latero:
que manden a los curas
a los pozos petroleros.

Pasado este punto, el rector de la UBA se apartó subiendo a un auto y la columna tomó Diagonal Norte, Obelisco, Corrientes, Callao y al llegar a Congreso no va que se encuentran cara a cara con un acto que habían organizado los verdes. Se pegaron a conciencia con lo que encontraron a mano y con las manos hasta que los gases lacrimógenos volvieron irrespirable y desierta toda la zona, súbitamente londinense.

Esa misma mañana, en Montevideo y Charcas, una columna laica se había detenido frente al Champagnat decidida a dejarlo sin vidrios. De adentro contestaron con las mangueras contra incendios y el resto se dio a mano limpia. En Juncal al 1200 y en Santa Fe al 1600 también se habían producido topadas ocasionales. Los balances periodísticos de las crónicas de las trifulcas marcan claramente la época y los valores. En uno, donde la habían emprendido contra una vidriera de un negocio de antigüedades, el dueño había evaluado las pérdidas ocasionadas en unos 360 dólares de entonces. En una zapatería paqueta, a la que también le habían bajado los cristales que daban a la calle, la evaluación ascendía a 300 de la misma moneda.

CONCIENCIA Y CUARTOS INTERMEDIOS

Santafesino y socialista Guillermo Estevez Boero, luego parlamentario: una lápida, más que una carta.

El tema puso a la luz las contradicciones y rejuntes, pegamentos con saliva y otros emparches que había bajo las mismas banderas, programas y principios. Para colmo, el dichoso artículo 28 era una obra maestra de lo sibilino. Como ya lo había señalado en su momento el elegante y preferido del otro sexo, el santafesino Horacio Thedy, heredero nada más que por turno del tremendo hoyo dejado por el suicidio de Lisandro de la Torre, en una de las reuniones de la nunca bien ponderada Junta Consultiva, mezcla rara de minicongreso y fascio fato in casa: "Me gustaría conciliar dos cosas: las palabras del señor ministro [McKay, en el informe previo] con el texto frío del artículo ventiocho. Si nos atenemos al artículo, resulta que puede haber universidades privadas con la facultad expresa de otorgar títulos."

En todos los bloques hubo bochinches. Todavía no se hablaba de listas sábanas. Si la banca era del ciudadano elegido o del partido para votar en patota. La asquerosidad que puso la nota estuvo en la cámara alta, donde el oficialismo aprobó la vueltita de tuerca que le encontró el diputado Horacio Domingorena, pero al hacer uso de la palabra no hubo uno que no las repudiara todas. Una demostración práctica de que en la Argentina siempre es posible sentarse con el mismo traste en dos sillas.

En la barra, un cura de civil, apellidado Camargo, según La Razón, ofreció mil misas por el éxito obtenido:

-Dios nos está ayudando descaradamente -confesó a los cronistas con un caradurismo no tan divino.

A todo esto, en el interior ardía Troya. Y no sólo por el abandono en masa de las aulas sino porque las respectivas policías no le hacían asco a meter bala. En Tucumán, un estudiante perdió una pierna como consecuencia de un balazo de las entonces calibre 11,25, más conocida popularmente como la 45, marca Ballester Molina. En Rosario, llegó a tanto la barbarie policial, que para la época se llegó al colmo de decretar varias cesantías. El funcionario Antonio Salonia tuvo que ir en persona a tratar de calmar las iras cordobesas. En La Plata, que ya era zona de operaciones de monseñor Plaza, la Policía, a la que todavía no le decían La Maldita -y que en 1965, con el siguiente gobierno radical, acribillaría a tiros la fachada del Congreso Nacional-, mandada por el Bisonte Oscar Allende, sobre todo el Escuadrón de la Montada. al que se llamaba Los Cosacos, repartía sin asco y con el sable desenvainado. Incluso inauguraría el método nazi de rastrear judíos: tirando sobre los jóvenes la Brigada de Perros, algo que se verá en detalle enseguida, en La Tarde de las Caperucitas.

Pero el drama individual de la escisiones internas, de los vaivenes de la conciencia, de la suciedad de la política y la confianza infantil que deposita la gente en los dirigentes tuvo nombre y apellido: la diputada oficialista Nélida Baigorria, una maestra primaria delgadita que vestía como maestra primaria, se maquillaba como maestra primaria, hablaba como maestra primaria, se le vino el mundo encima como a todas sus colegas y respondió como lo que era: una maestra primaria.


En uno de los tantos debates, donde las intervenciones subían de tono y los insultos de calibre, más de una cachetada despeinando a un contrincante cercano, la campanilla de llamada a todo lo que da, un diputado del viejo tronco radical que comandaba el legendario caudillo bonaerense Crisólogo Larralde, orillero, de Berisso y Ensenada, señaló que la aprobación llevaba consigo abandonar la neutralidad en materia programática estudiantil para financiar el dogmatismo ajeno.

Entre los aplausos, vítores y palmaditas de sus correligionarios, de pronto Nélida Baigorria levantó la mano para pedir la palabra, le fue concedida y solicitó como excepción un cuarto intermedio de quince minutos:

-Necesito poner en claro mis ideas, señor presidente, y serenar un tanto mi espíritu antes de la votación definitiva.


Caballeros al fin, diga lo que se diga, la solicitud fue aceptada entre la algarabía de los viejos radichetas, mientras que los del bloque oficialista que a la pasada la acompañaron con piropos como: "Te vas a dar vuelta, traidora hija de puta. ¿Te esperan con el sobre?" y otros más o menos parecidos sobre la vieja y conocida profesión en que hay que pagar primero para que no haya quejas después.

Pasó el tiempo acordado, reiniciada la sesión la maestra primaria Nélida Baigorria hizo uso de la palabra:

-Posiblemente en ningún momento de mi vida política tenga que decir otro discurso como éste. Esta es la dolorosa experiencia del reaprendizaje. Con toda honestidad yo digo en esta cámara que me he equivocado porque no oí más allá de mis palabras. Y esta interpretación, que pudo haber sido absolutamente capciosa, pudo llevarme a mí, en determinado momento, a aparecer ante la gente como abjurando del credo de toda mi vida y del que yo no he de abjurar jamás.


Quebrada por la emoción y la gritería cruzada de las bancas, alcanzó a rematar:

-Movida por estas razones, retiro mi proposición.

Afuera, enterados por las radios, la estudiantina laica se abrazó, cantó, vitoreó, revoleó banderas y pañuelos. Es que no era un piojoso voto más o menos. Desde el medio del aula de la escuela del viejo Sarmiento, un dedo acusador marcaba a las falsas conciencias y ahora sí dividía las aguas para siempre.

Y para colmo, con semejante apellido. Había que cantarlo a lo que se cifraba en el nombre, como reclamaba Borges. Pero era un país conmocionado, tocado en lo más hondo de su precaria identidad y principios. A la valentía de la maestra primaria que se echaba al monte con el mono al hombro, una contracara tan o más dura se encargaría de mostrar lo amargo de la traición y la defección.

DE CÓMO GABRIEL SE FUE AL MAZO

El cordobés que de pope reformista decayó en ministro del entreguismo.

Gabriel del Mazo, uno de los popes de la Reforma del 18, era nada menos que Ministro de Defensa de la sinuosa administración frondizista que había comenzado con la amnistía más amplia, completa y franca de la historia argentina, para enseguida hundirse en estos andurriales que lo llevarían a venirse abajo como un barrilete sin viento. No solamente en su cartera tenía en contra hasta al Ejército de Salvación, sino que quedó entre los dos fuegos de lo que Alfredo Palacios ya había anunciado como ley sociológica, histórica y existencial insoslayable: "Los incendiarios de hoy serán los bomberos del mañana."

La estudiantina se le fue al humo y le pidió definiciones: o los arrumacos y prebendas del Poder o las banderas de ayer, las de la juventud, que tienen que ser las de siempre para ser banderas y no trapitos de colores. Trató de hacer tiempo, tirar la pelota a la tribuna con una licencia por enfermedad, pero no hubo caso: lo fueron a buscar. Toda la cúpula de la FUA, acompañada de una para nada despreciable cantidad de activistas, se dejó caer con uno de los últimos atardeceres del invierno de 1958 y le tocaron el timbre de la casona de dos plantas en pleno microcentro porteño. No salió a atender. Y cuando la espera se empezó a estirar más allá de lo tolerable y los vidrios empezaron a correr el riesgo de los que les había pasado a todos los de los colegios privados católicos, apareció una uniformada empleada doméstica a comunicarles que el señor lamentaba no poder atenderlos en ese momento por encontrarse todavía convaleciente y que volvieran otro día
.

La respuesta fue que la dolencia no le iba a impedir leer la carta que le traían, que por favor se la entregara y ellos se iban a quedar ahí esperando la respuesta. Este es el TXT completo de aquella CARTA ABIERTA cuyo redactor fue el entonces estudiante de Derecho, santafesino y socialista, Guillermo Estévez Boero:


Los universitarios de todo el país, que durante cuarenta años han estudiado los postulados de la Reforma Universitaria a través de sus escritos, deben dirigirse a Ud., viejo maestro y reciente ministro, para aclarar un grave dilema: ¿tenemos un maestro menos?

En su vieja casa de la calle Sarmiento, donde tantas veces llegamos para tomar aliento y seguir el camino, hemos leído el manuscrito original del Manifiesto del 18, que celosamente Ud. custodiaba. Vuélvalo a leer hoy, y esas página amarillas le dirán qué lejos está de aquellos planteos; allí se hablaba de la unidad de nuestros pueblos, de la lucha antiimperialista, y de la creación de una genuina cultura nacional. ¿Cómo conjugar con ello, y con tantas declaraciones y Congresos por Ud. compilados, el caso DINIE, CADE y ahora la enajenación de nuestra cultura nacional?

Difícil, y por qué no decirlo, imposible conjugación; pero el viejo maestro no ha hablado. ¿Qué pasa? ¿Cuarenta años de vida se borran y la juventud debe dar de baja a otro guía?

Los reformistas de todo el país, reunidos en esta Convención Nacional de Centros, esperan su palabra; la retirada nada soluciona, porque ella es sinónimo de debilidad, y ésta ha estado ausente siempre de nuestro ideario; pero cuando se llega a una posición de gobierno después de cuarenta años de lucha, hay que dar todos los días la batalla por aquellos postulados, que aunque amarillos en el papel, siguen configurando el gran programa de los pueblos de esta América oprimida.

Esperaremos su palabra; si tenemos que darlo de baja, lo haremos con profundo dolor, porque será un trozo humano de la reforma que queda en el camino; pero si seguimos contando con un maestro, ocho universidades nacionales lo rodearán con una fuerza juvenil que supera en mucho a la de 1918. Si así no fuese, le rogamos nos devuelva el manifiesto; miles de manos de todo el país tomarán la bandera que Ud. deja caer.
Maestro, cuarenta generaciones lo escuchan.
CONVENCION NACIONAL DE CENTROS DE FUA


Por supuesto, no hubo respuesta. ¿Por entre los visillos de la planta alta, con bata de seda y pijama de invierno, el vapuleado hombre maduro habrá espiado esa alfombra de cabezas que de tanto en tanto dejaban escapar un estribillo, jamás un insulto, y junto con la noche habrá certificado lo que el vate tanguero había vaticinado lo que era ver piantarse un cacho de amor y juventú?

Pasado el tiempo prudente, cantando pero no contentos, porque la traición y la deserción no se pueden festejar de ningún modo, la claudicación de los ideales por 30 monedas o más no se justifican nunca. En el trabajo mencionado, Sanguinetti intenta una piadosa defensa para el desertor por las trampas entre la lealtad a los ideales juveniles y al amigo en el Poder.


No. La escuela de Sarmiento no admitía medias tintas. Y para colmo, el rector de la UBA no había dejado resquicio posible en cuanto al tráfico de los principios, un mercachifleo apto para los que tuvieran la conciencia moral de vacaciones. No se podía hablar de lealtades con un correligionario; para colmo primer mandatario, que había inaugurado la costumbre de escribir libros proselitistas para calzarse la banda, y acto seguido hacer exactamente lo contrario sin tan siquiera tomarse el trabajo de borrarlo con el codo.

O hacerle la rata a la Historia con parte de enfermo. Que para el caso es lo mismo.


Pero había comenzado la Era de las Defecciones. O del Panquequismo. También el Travestismo Ideológico/Político. La conciencia se deshilachaba eviscerando el contenido y el valor de las palabras. Estaban comenzando otros tiempos. Los del pragmatismo sin futuro ni ética cantados en lunfa reo por Edmundo Rivero y desde donde ya se proclamaba premonitoriamente que lo único importante es salvar la busarda.

11.5.06

LA TARDE DE LAS CAPERUCITAS


Fue casi un mes de hacha y tiza sin tregua.

Mañana, tarde y noche.

Salvo los sábados y domingos, para conservar en algo las buenas costumbres; y desde el lunes a primera hora meta piedra y palo contra carros hidrantes, gases, garrotes y cargas de los cosacos de la caballería. Todavía dirigido por su fundador, Clarín llegaría a editorializar con poética cursi en el medio del aquelarre: "La incansable gimnasia de la rebeldía estudiantil volvió ayer a poner pausas de inquietud en el afiebrado quehacer porteño." Textual. El que perpetró semejante esperpento debe haber pedido unos días de licencia para reponerse.

Una de las batallas más formidables la dieron los de la Facultad de Medicina de la UBA, conocida en la jerga como El Kremlin Argentino, dada la hegemonía que en ese centro tenía la Federación Juvenil Comunista, llamada familiarmente Fede por los partidarios y los críticos que motejaban de federastas a los militantes. Con gran sincronización, movimientos masivos calculados y justos, dignos de un Manco Paz cualquiera, primero dejaron desde la mañana sin bolitas de vidrio a todas las librerías del sector y después, bien entrada la tarde, amagaron que iban a salir marchando para el centro por Paraguay, que es angosta, no por la ancha avenida Córdoba. Apalabrados de antemano como corresponde algunos porteros y vecinos, con los guardapolvos blancos desprendidos o revoleados a la salteña, la cabeza con los kamikazes más audaces se desprendió del resto y fue en franco tren de provocación en busca de los caballos que ya nerviosos caracoleaban a la altura de Ayacucho. Para un testigo no alertado fue demencial cómo los encararon a pecho abierto y a piedrazos hasta lograr que se produjera la orden de cargar con todo, y patitas para qué te quiero; de pronto como si entrara en acción Fumanchú o Mandrake, desaparecieron por las puertas cómplices que se abrieron gracias a la pactada solidaridad con esos pocos ciudadanos con conciencia social y política, que no habían olvidado que alguna vez habían sido jóvenes, y el pelotón que venía atrás abrió entonces las cajas de bolitas a granel y sembró toda la calle Paraguay de un asfalto que de pronto se volvió tan rodante como resfaloso. Los de la primera línea se dieron cuenta de la que se venía e intentaron sofrenar con desesperación, tirando de las riendas a dos manos, pero la manada de por lo menos 700 kilos cada ejemplar siguió las leyes de la inercia y las herraduras a patinar sobre el alfombrado de bolitas.

El enjambre de caballos en el suelo, jinetes tratando de zafar como sea para no quedar como cinco de queso con el animal encima, los que lograban recuperar la vertical esquivando las patadas y los manotazos de los animales enardecidos, los que no habían rodado tratando de no topar a sus camaradas, y ahí cuando recibieron con generosidad lo que tenia preparado la retaguardia blanca que se hizo un verdadero picnic a hondazos, cascotazos, palos, hasta piñas, peleas cuerpo a cuerpo y a la voz de ¡Aura! retirada en masa, a meterse en el manto protector de la autonomía universitaria que gozaban los edificios, porque aparecieron los coreanos de la Guardia de Infantería con sus inmensos garrotes largos y esa cara de fábrica de odiar a ultranza a la humanidad en su conjunto.

Fue en general la última gran batalla estudiantil, pero también la exhibición de despedida de lo que podría formular como La Inteligencia y El Ingenio vs. La Fuerza Bruta casi en estado químicamente puros. En los edificios contiguos de Viamonte al 400, frente al convento donde las viejas ventanas enrejadas se habían convertido en verdaderas ermitas reformistas, tanto la escalera de mármol de la sede central de la UBA como la de la Facultad de Filosofía y Letras, dejaban apenas si dos baldosas entre el último escalón y el cordón de la vereda. En las replegadas a todo lo que da, eran improvisadas tribunas para casi sentirse el aliento con los coreanos que venían en el estribo de los transportes especiales, decirse en la cara de uno y otro lado:

-Bolches, hijos de puta: ya los vamos a agarrar afuera y matar a todos.

La réplica no recurría los clásicos de la lengua:

-Sicarios de mierda, por un pedazo de pan duro y un mate cocido cagan a palos al pueblo.

¡La autonomía universitaria! Todos los días el mismo ceremonial, varias veces, que no mucho tiempo después se volvería mueca trágica. La primera vez que la Brigada de Perros mandada por el Bisonte Allende fue largada contra una movilización, en plena calle 7, frente a la Plaza San Martín, donde están el Correo y el Congreso, cundió el terror. La cabeza de la manifestación, generalmente con los más decididos y combativos, huyó despavorida y no hubo manera de reagruparse e intentar defensa. Esa terrible hilera de mastines con los colmillos al aire, babeando y ladrando hasta enronquecer, dejando ver que si les soltaban la soga no iban a tener frenos inhibitorios para hacerse un festín con carne humana, fue suficiente.

También lo fue para buscar la revancha correspondiente. Como sólo la podía lograr la mística y disciplina de los comunistas, una mañana, en el Bosque y alrededores de La Plata no quedó un solo gato suelto. Se los embolsó y partieron con rumbo desconocido. A los secundarios, entre los que se encontraba el autor de este trabajo, se les dio la orden de buscarse una compañerita y agruparse en parejitas como si fueran noviecitos, en Plaza Rocha, en 7 a la altura de 60. Antes de arrancar, los activistas entregaron a cada una de las chicas una cestita con la tapa de mimbre o con mononos repasadores que lucían y olían a nuevos. También las instrucciones precisas.


La geométrica ciudad fundada por el masón Dardo Rocha tiene en la calle 47 los famosos naranjos que en primavera perfuman dulcemente el aire con sus azares. La cabeza se adelantó bastante y encaró como si nada a los uniformados que estaban a la altura de 46; cerrando todo el paso, los perros furiosos forcejeando por venirse al humo y los de la primera línea que entraron a meterles piedras de todos los tamaños y gritar:

-¡Pichicho! ¡Chumba, pichicho! -y con las palmas golpearse los muslos para excitarlos todavía más.

El movimiento también fue sinfónico. Porque cuando los desesperados que venían huyendo con la perrada atrás, a menos de veinte metros, haciendo a la vez de cortina para tapar lo que los esperaba, alcanzó la primera línea de la imprevista cantidad de parejitas que se había formado, fue cuando justo acababan de cruzar 47 y el:

-¡Lárguenlos ahora! -se escuchó clarito, varias cuadras a la redonda.

Nuestras dulces compañeritas abrieron las canastitas, los por lo menos dos centenares de micifuces se espeluzaron en un maullido colectivo que fue atroz; a los remisos que se asustaron hubo que sacarlos del cuero atrás del cogote y revolearlos directamente al ruedo, y los pobres vieron más rápido que pronto que su única salvación podía estar en los naranjos, en la parte más alta de las ramitas más endebles de los míticos naranjos y azahares de la ciudad fundada con regla y escuadra por el hermano Gran Maestro Grado 33 Dardo Rocha, hacia donde encararon en masa como si se los llevara el diablo. Ahora, en todos los animales de dos pies, de uno y otro bando, hubo décimas de helada duda, acerca de si lo cuidadosamente planificado iba a dar resultado, si a las horas y horas de entrenamiento iba a primar la cadena de reflejos condicionados que había descubierto el bueno del ruso Pavlov o sí, al revés -como sucedió-, la naturaleza manda y los mastines se llevaron a la rastra a los custodios perreros desesperados, a tratar de trepar ellos también por los troncos y alcanzar a los pobres gatos que en los más alto posible de los naranjos seguían enarcando el lomo, haciendo ¡pufff!, y con los ojos como el dos de oro.


Fue suficiente. La pateadura en el culo que recibieron los encargados de la noble tarea de adiestrar canes para despedazar semejantes fue de antología. Inolvidable el gesto entre el azoramiento y el horror, entre el deber y el instinto de los uniformados: si soltar la correa y defenderse, o seguir tironeando para que el perro de mierda hiciera lo que se le ordenaba. Porque aparte hubo espacio para tomar carrera como si fueran tiros libres, y fueron cinco, diez, quizá hasta veinte patadones que de la canilla para arriba recibían de pleno, y a rajar por el medio de 47, lo más lejos posible de los naranjos en flor, porque el perro podía volver a recordar al bueno de Pavlov y entonces a despedirse, por lo menos, de un cacho de pierna.

Santo remedio. Cuando todos creímos que en la próxima el Bisonte iba a mandar a los Patas Negras, como ya se le decía a la bonaerense, por lo menos con los leones del zoológico a la cabeza, todo lo contrario, las cosas volvieron a su normalidad: garrotes de quebracho colorado y gases.

No hay como la civilización.

RUTINA, DESGASTE Y CANSANCIO

El Gringo Tosco, una década después, en época del Cordobazo.

Fueron muchos días seguidos.

Demasiados.

El Gobierno hubiera dado cualquier cosa por hacer que por decreto fuera 30 de noviembre. Y encima con las universidades y colegios tomados. Sucios, casi sin poderse cambiar de ropa, mal comidos, barbudos y otras cosas empezaron a minar la euforia primera. La alegría se fue de las camorras cotidianas. Empezó a haber gestos agrios en la mayoría de las caras. Además, la gente, el dichoso argentino común había superado el veneno por los soplamocos futboleros recibidos en Suecia y prácticamente era un obsesión diaria trenzarse en alguna Cadena del Dólar. La city porteña era un hervidero diario de colas para comprar cheques de U$S 5,90 y anotarse para mandárselo al primero de alguna de esas cadenas. Once veces después -aseguraban-, sobre los fieles creyentes lloverían torrentes de plata verde. Es alucinante comprobar cómo se recicla en forma periódica el contingente estable de pelotudos.

La parte trasera del Normal N° 3 Almafuerte, donde concurría a cuarto año el autor de este trabajo, lindaba con la iglesia de San Ponciano, de 58 y 8, y desde los altos de la sacristía, con dos reflectores que patrióticamente les habían prestado los bomberos del Bisonte, no dejaban dormir, barriéndonos constantemente como en las películas en blanco y negro mostraban que sucedían en los alrededores de los campos de concentración, horas enteras, total era gratis y divertido. Un militante trajo un 38 largo, y a las detonaciones de los balazos hubo que agregarle la considerable explosión de los poderosos focos. Encima, ya que se estaba en esa, se practicó tiro al blanco con los hermosos vitraux de toda la parte oriental de la nave, seguramente reliquias históricas, y saltaron hecho añicos hostias, Espíritus Santos y varia otra iconografía, vandalismo que las circunstancias incubaban.

El tiempo se ha encargado de darle un dimensión histórica totalmente distinta a lo ocurrido y su trascendencia; todo lo que estuvo en juego y también lo que formó parte de ese juego. En Córdoba, la cabeza visible y orador puesto de los verdes era Jorge De la Rúa, quien con los años llegará a Ministro de Justicia del aciago, por decirlo de alguna manera, del desquicio que fue la fanfarria de la presidencia de su hermano; una familia siempre solícita con la curia de turno, ya sea en golpes o en bendecidos intentos de estafa. El crecimiento de los reporteros gráficos fue tan increíble que se hizo costumbre vapulear a destajo a los que no daban razones suficientes o exhibían credenciales demasiado creíbles. Muchos de ellos bajaban de coches negros último modelo de los que usaba la gente de Guillermo Patricio Kelly, quien junto con José Cersarsky, acababan de ser procesados por tenencia de armas y explosivos de guerra encontrados en un allanamiento del 14 de agosto al local del Comando Táctico Peronista, ubicado en la poco popular barriada del tercer piso de Santa Fe 1183. Temprano en la tarde, cuando empezaban a llegar los primeros grupos de aquel histórico y olvidado viernes 19 de septiembre de 1958, parlamentarios radicales como Arturo Mathov, con cajas de zapatos, repartían cintitas violetas con un alfiler entre los estudiantes que no llevaban el signo identificatorio en el pecho, a la altura del corazón. El otro era un diputado bonaerense, gordito, de bigote, gesto adusto y trato bonachón, campechano, hijo de un gallego almacenero y una madre hija de ingleses estancieros de Dolores que cobijaron a los Libres del Sur contra Don Juan Manuel, el Restaurador de las Leyes. Lucía un ambo de confección gris oscuro, bastante común el tono y desaliñado, fundillos bolsudos y pantalones arrugados, más un viejo portafolios marrón, y solía viajar de parado en el último Río de la Plata de los viernes a la noche a Chascomús, de donde era oriundo, porque no tenía auto particular. Llegaría a Presidente de la República en una de las etapas más negras de las muy negras que había tenido y tendría el país.

A la Reforma Universitaria de 1918 políticamente la hicieron los radicales de la intransigencia cordobesa e yrigoyenistas, los socialistas, los demoprogresistas que en realidad eran la cabeza de Lisandro de la Torre -el Fiscal de la Patria- y los comunistas. Cuatro décadas después, aun con los cambios y vidas que se lleva el tiempo, estuvieron los mismos. El peronismo no brilló con su ausencia; estuvo presente y avaló todo con su silencio. Un viejo compinche, que marcaba su rancia estirpe, como el único representante del sellito Partido Conservador Popular, Vicente Solano Lima, quien va a llegar como compañero de fórmula del interinato del Tío Héctor Cámpora y su círculo de amigos de la Tendencia, apostó todas las fichas al artículo 28.

El estribillo, particularmente comunista de esos días, reflejaba en la consignación más una aspiración que una realidad:



Obreros y estudiantes,
unidos, adelante.

El único grupúsculo de trabajadores organizados, con una gran pancarta, alcanzó a ubicarse en la esquina de Rivadavia y Callao, casi dándole la espalda a la Confitería Del Molino. Fue recibida con una ovación y el cantito que parecía querer hacerse realidad. El cartel decía:




CGT - Regional Córdoba

PRESENTE

La euforia no dejaba ver la quimera. Eran poquitos, pero en serio. No se habían hecho 800 kms. para hacer turismo a costas de las arcas sindicales. A pesar de que carecía de la relevancia que iba a adquirir una década después, como líder de la máxima revuelta popular contemporánea que tuvo el país -el Cordobazo (mayo 1969)-, uno de los palos de la gran pan carta lo sostenía un muchachito rubión, medio gordito, de campera y pelos lacios despeinados, perteneciente a un sector que empezaba a asomar como una elite, como fue la de los obreros superespecializados y tecnificados de la nueva etapa capitalista y su reflejo en la industria. Era Agustín Tosco, (a) El Gringo, un marxista independiente que estaba dando los primeros pasos como dirigente gremial en un ambiente bastante adverso para alguien así. En la cabeza que salió de la Facultad de Derecho, los cronistas distinguieron, entre otros, al entonces estudiante Néstor Martins, quien ya recién recibido de abogado se convertiría en el primer desaparecido oficial de la etapa que comenzaba a cargo de la Triple A, y también Roberto Quieto, (a) El Negro, quien fundaría las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), que se aliarían a los Montoneros como el único grupo de izquierda que tuvo este sector, y que fuera secuestrado en la peor etapa del Proceso, en un restorán de Olivos, con su familia, vista al río y sin custodia, en un episodio nunca esclarecido y que presuntamente jamás se aclarará, ya que a los pocos días de estar en poder del presunto enemigo, sus aparentes camaradas lo condenaron oficialmente a muerte en un pomposo y tétrico comunicado con la inapelable sentencia por traición y delación. Otro nombre que aparece recogido en las crónicas de entonces es el de Eduardo Duhalde, homónimo del que llegaría a presidente de la república en forma ocasional y para pesificar, permitiendo que la banca internacional se llevara limpitos casi 90 mil millones de dólares. Pero éste fue junto con su socio del estudio, Rodolfo Ortega Peña, una de las primeras víctimas de la arrasodora ola iniciada por las Tres A en 1974.

LOS ULTIMOS MOHICANOS NO SE RINDIERON


Hasta Sanguinetti, en el trabajo varias veces citado, reconoce que lo que la revista calificó en el subtítulo de apenas "alborotos estudiantiles" significó realmente que "el contorno popular de Arturo Frondizi se deterioró en pocos días." Alborotos un tanto inflados, en todo tanto. Y donde se omite que 1958 fue un punto de inflexión. El 19 de octubre, en la cancha de Vélez, la Policía asesinaba a Mario Linker y se producía la presentación en sociedad de las que serían las barras bravas y la violencia institucional de Fútbol S.A. para implantar en esa particular y sensible franja el modelo de la entonces llamada economía social de mercado y cuyo pope era el capitán ingeniero (RA) Alvaro Alsogaray. Los encontronazos estudiantiles entre las policías de Córdoba, Salta y Tucumán con las FF.AA. denotaban algo más que la proverbial proclividad argentina para el escándalo y el papelón. En un paralelismo que para muchos resulte fútil, ocasional o de menor monta, los ultramontanos liberales con Alberto J. Armando, Antonio V. Liberti y Valentín Suárez a la cabeza inventaron una industrialización del fútbol como espectáculo con subvención oficial a todo trance, sin pagar siquiera el agua para regar los césped de las canchas. El privatismo liberal en la enseñanza sigue siendo con los sueldos de los docentes a cargo del Tesoro nacional, gracias a lo cual cualquier aventurero ganapán se lanza a la arena de las tecnicaturas en cualquier cosa y universidades con cualquier pretexto y orígenes tan cristalinos como el agua del Riachuelo. ¿En que diccionario figura esta versión del privatismo para las ganancias a los bolsillos de muy pocos y la capitalización y riesgo a cargo de todos?

Un año muy especial aquel de 1958. El mismo día que la plaza de los Dos Congresos y alrededores eran reventados por la manifestación estudiantil más grande la historia argentina en defensa de la escuela de Sarmiento, escondida tras semejante conmoción, el secretario de Guerra tomó una medida mucho más que anecdótica y que pasó totalmente desapercibida. Primero que nada que el personaje en cuestión se trataba del general de división Héctor Solanas Pacheco, que va a tener destacada actuación en cuanta milicada se produjera, decidió por cuenta propia incluir en el registro oficial del repertorio oficial de las bandas uniformadas a la Marcha de la Libertad, de Manuel Gómez Carrillo y Manuel Rodríguez Ocampo, dos magníficos músicos, cuya primera versión había sido grabada clandestinamente antes del bombardero genocida del 16 de junio de 1955 en los sótanos de la iglesia Del Pilar, en Recoleta, a capella, por un coro impecable, en un registro por cierto histórico, acompañados por el golpeteo rítmico en los muebles históricos, una pieza realmente magnífica desde el punto de vista de la composición y la calidad de la interpretación, lo afiatado de las voces, que se convirtió en el reverso de la marchita murguera oficial hasta entonces, oficializada en la versión de Hugo del Carril, y en los sones oficiales de la Libertadura, el himno de los gorilas, justo en el medio de un gobierno enclenque ungido por votos peronistas por la orden del Tirano Prófugo, gracias a un acuerdo secreto celebrado en Caracas.

Y otro broche que no se puede dejar de lado es que el 23 de setiembre, la Cámara baja aprobaba un parche, fruto de la inspiración de otro desertor cordobés, Horacio Domingorena, que al año siguiente se convertiría en ley y que rige hasta hoy.

En La Plata, con todo el fervor hecho trizas, la huelga por tiempo indeterminado disfrazada de estado permanente de asamblea, los últimos que quedaron resistiendo fueron los de la Escuela Industrial de 1 y 58, en la manzana contigua de la cancha de Estudiantes. Por la especialidad elegida y los atuendos para los prácticos se los llamaba, con indisimulable trasfondo clasista y hasta con un poquito de racismo, Los Indios Mameluco. A ellos no les caía muy bien y eran bastante irascibles sobre el particular.
El edificio ocupaba una manzana y tenía dos pisos. Se trataba de dos bloques rectangulares, de 58 a 59, separados por un amplio y embaldosado espacio libre, mezcla de patio para recreo y playa de estacionamiento, cerrados por dos grandes portones de hierro. De construcción antigua, las ventanas tenían unas altas y hermosas persianas también metálicas. Por la vocación y los conocimientos, lo habían transformado en una fortaleza.
Grandes carteles con calaveras advertían el peligro mortal: todo estaba conectado a los 220 voltios directos de la línea normal. Con una población absolutamente masculina, ya comenzado octubre, aparte del apoyo orgánico de la FULP, habían logrado conquistarse no pocas espontáneas y gastronómicas adhesiones femeninas, a las que atendían desconectando las ventanas y subiendo con sogas las vituallas, intercambiando besos, cartitas y todo tipo de saludos, citas para cuando terminara todo y tomarse el desquite por tanta indeseada concentración. Además, eran los únicos que estaban sonorizados porque en un Rastrojero gasolero de los que fabricaban en Córdoba habían montado un equipo transmisor portátil que era el que prestaba fundamental apoyo en las movilizaciones masivas, y estacionado en el playón servía para pasar consignas y música.
Sin tantas comodidades, pero por el tiempo que llevaban y la invulnerabilidad del lugar, lo habían convertido prácticamente en un hotel y un polideportivo con solario incluido. No faltaba mucho para que tuvieran que ir pensando en un natatorio en una época en que todavía no habían llegado las piletas de lona. El bloque principal, que daba sobre calle1, en la noche quedaba desierto. Los estrategas calculaban que cualquier intento de copamiento iba a venir por ahí, nada menos que a cuatro cuadras escasas del Departamento Central de Policía y el Cuartel de Bomberos. Así que a la noche dormían y se acostaban en el bloque que daba al contrafrente, sobre 115, con toda la munición y artillería a mano, porque los reconquistadores iban a tener que cruzar a cielo descubierto por el patio que era casi una calle y ellos tenían el segundo piso para obsequiarles de todo. Como en épocas de la conquista y enseñaron los incas, el que tenía las alturas tenía el dominio y la victoria militar de su lado.

Un día, cuando estaba a punto de amanecer, a uno le pareció escuchar ruidos raros; probó la portátil y no había luz. Fue hasta un ventanuco y de las aberturas del bloque principal se estaban descolgando verdaderos racimos de coreanos.

-¡La caaana! -fue la alarma.

Habían cortado la energía en todo el sector y la rutina había hecho que prácticamente todos durmieran en ropa interior; incluso algunos ¡hasta con piyama! A oscuras, por tener herméticamente cerradas las persianas que habían estado electrificadas, tratando de encontrar a tientas los fósforos, llevándose todo por delante. Fue un verdadero caos.

Los coreanos se formaron en ese patio/calle intermedio, en línea, listos para recibir la orden y proceder al asalto final. Los encargados del equipo de transmisión corajearon, se largaron por una ventana con lo que tenían puesto, lo conectaron a las baterías de 12 voltios en serie y le dieron toda la potencia a los dos altoparlantes:

-¡Esto es un atropello, señores! ¡Están violando la autonomía universitaria!
La respuesta fue tan clarita como el acatamiento:

-¡Aaa-van-zar, maaarrr!

Perdidos por perdidos, mientras allá adentro todos trataban de recoger lo más que podían y se largaban en pata, medio desnudos, por las ventanas que daban a 115, el de la camioneta puso el ya pálido 78 rpm, conectó la salida de disco, y los acordes marciales del gallego Blas Parera, interpretados por la Banda Sinfónica del Ejército Argentino, los paralizó como tocados por un rayo:

Oíd, mortales, el grito sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Y se cuadraron disciplinadamente, como buenos milicos, ante la canción patria. La imprevista tregua fue lo que permitió la huida en masa de la mayoría, con no pocos porrazos y fuertes pérdidas en material bélico como medias, pulóveres, pavas, mates, galletitas, algunos libros, zapatos izquierdos o derechos, en muchos casos el par directamente, y otros enseres.

Y los libres del mundo responden:
¡al gran pueblo argentino, salud!

Los de la improvisada estación sonora, en la caja del Rastrojero, entre el fresquete del amanecer de octubre y el presentimiento por la que veían que se les iba a venir cuando acabara el himno; porque en la vida todo acaba, inclusive los himnos, y los cagones de turno que nunca nos escasearon le habían rebanado un chorro enorme de versos para no ofender a los chorros, asesinos y sifilíticos que nos había mandado la buena de Isabel la Católica; tan largo y latoso que parecía siempre y en ese momento tan cortito, temblaban como una hoja sin dejar de corear con todo fervor y a toda voz:

Sean eternos los laureles,
que supimos conseguir...

Mierda, se terminaba nomás. Ya era el coro del final. Y los coreanos que empezaron instintivamente a hacer movimientos cortitos ya desde el primer o juremos con gloria morir. Ni alcanzaron a terminar la tercera reiteración que ya se mandaban, cuando los que habían tomado a su cargo ponerle banda sonora al improvisado acto patrio, con una rayada de púa que hizo estrilar las dentaduras, lo pusieron de vuelta como recurso desesperado:

Oíd, mortales, el grito sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Vicente López y Planes, las pelotas: vino la orden y se mandaron como abejas africanas. El que había hecho de discjockey se llevó casi todas las atenciones oficiales del caso. Estaba con una camiseta blanca, de algodón, toda desbocada en las aberturas, en pata y las partes pudendas, para decirlo de alguna manera, cubiertas por unos slip berretas de entonces, a los que se llamaba anatómicos o suspensores, pero que ortodoxamente no eran tales, que también por las lavadas y el uso se habían estirado de tal forma que le dejaba prácticamente todo el aparato genital al aire, cuyo bamboleo marcaba el ritmo de cómo lo cazaron de los pelos y le entraron a dar garrote en las costillas, mientras lo arrastraban para llevárselo en chirona.

Casi cayendo la tarde fue la última movilización de la FULP en ese lugar común que hace llamarla La Ciudad de las Diagonales. Resultó bastante famélica, por cierto, tirando a magra. Una gran pancarta iba a la cabeza y marcaba la tónica:

LA POLICIA NO RESPETA EL HIMNO

decía a todo lo ancho, letras blancas ni siquiera cosidas, hilvanadas de apuro sobre el fondo violeta. Ni se tomaron el trabajo de reprimir o intentar dispersar. Los que íbamos en la desparramada columna creíamos tanto en la virulencia de tamaña denuncia histórica como en la existencia de Nahuelito. Los canas, al vernos pasar, todavía tenían cierto recato y se tapaban algo la cara con la mano para cagarse de risa. Las dos partes ya no queríamos más.

Pero la de Los Indios Mameluco quedó desde el primer momento y para siempre como lo que fue: una epopeya. Esencialmente juvenil, sí, hasta quilombera y quimérica, si se quiere, pero una epopeya.

"Siempre el coraje es mejor, / la esperanza nunca es vana", cantó el poeta.

DEBE Y HABER DE UNA DERROTA




Monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata, alma mater del Caballo de Troya.
Salió al balcón del brazo con Arturo Frondizi y Oscar Allende a saludar a los charteados. Veinte años después, ahora del brazo con el exterminador coronel Ramón Camps, jefe de la que todavía no era La Maldita, agradecería los patrióticos servicios prestados. Se negó a interceder por un familiar de sangre desaparecido.







Con un país que siempre entró en receso existencial histórico los 15 de diciembre y sale del letargo recién el 1° de marzo, un pringoso 12 de febrero de 1959 el Poder Ejecutivo reglamentó, sin aire acondicionado, lo laboriosamente entretejido por las dos cámaras: el artículo 28 de la llamada Ley Domingorena. Desgastados por el tiempo, sobre todo los estudiantes, no por eso dejaron de dar batalla después de octubre de 1958, cuando prácticamente acabaron las confrontaciones con la Policía, palo y palo. El campo de batalla se trasladó casi con exclusividad al Congreso, y Omar Patti, a la cabeza de la FUA, ingresando como sea a la sala de sesiones con un puñado de fieles, se ganó un abono en todos los calabozos cercanos. Los abogados los sacaban y a las pocas horas estaba adentro otra vez. Fueron los últimos estertores de una batalla desesperada, desigual, de no rendirse, de caer peleando, mientras el aparato estatal frondizista deshojaba el almanaque y contaba las horas para el verano salvador que todo lo puede.

Si bien la Iglesia Católica no fue la única beneficiada, resultó ser casi la única y mayormente beneficiada. Ocho años después, cuando la beatería cursillistas irrumpa al mando del violeta (pero porque habiendo comenzado con los azules constitucionalistas terminó de facto junto a los colorados golpistas) Juan Carlos Onganía y en la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos liquiden el laborioso entretejido científico-tecnológico del conocimiento argentino de casi medio siglo, para quedar a merced de la metrópoli de turno, consumando de esa forma una evisceración criminal de lesa cultura bajo la acusación de la hegemonía judeo-bolchevique, de la que no habrá nunca más recupero, y sí una lenta agonía mantenida a coraje y orgullo, con un lento y sistemático desmoronamiento, sobre todo de la UBA.

Una de las aberraciones más revulsivas es que si ya la enseñanza confesional católica recibía unas fiducias más o menos bajo cuerda, a costas de una cada vez más devastada escuela sarmientina, con la Ley Domingorena se sacaron la careta: el país que había enterrado a sus maestros como los últimos monos del escalafón, pasó a pagar cash los sueldos de la flamante y primorosa enseñanza privada. Una ciudadanía siempre presta para estar a la page del Primer Mundo, sacó a sus hijos más que volando y pagó rigurosamente matrículas y mensualidades que pijoteaba en las miserables cooperadoras. Particularmente en los niveles más altos, los no muy consistentes de conciencia y de dónde y cómo habían logrado un título, se fueron más que disparando donde tintineaban las monedas del oso del gitano.

Echado como un borracho o un indeseable del sillón de Rivadavia, después de haberlo puteado con todas las letras al general Julio Alsogaray, hermano del otro, que le intimó la renuncia y el retiro, el 26 de junio de 1966 el médico rural cordobés Arturo Illia se tuvo que ir en taxi para inaugurar su condición de presidente de la república interruptus y darle lugar a la autodenominada Revolución Argentina, una fachistonada que también tenía objetivos y no plazos y tuvo un fin deplorable, acorde a la estatura de sus personajes.

No fue sorpresa para nadie que de ahí en más la capa de cuadros intermedios pasara a estar formada por egresados por la Universidad Católica Argentina y la del Salvador. Hostias, dólares, dependencia, tecnocracia, una axiología basada en el Debe y en el Haber, no en los valores del humanismo, el ser cada vez más opuesto al tener, el surgimiento de Yupilandia como nueva casta social, la casta de los Ejecutivos a los que casi jocosamente les cantó María Elena Walsh por tener un mango y el mango también, a marcar un camino que en el apogeo del también autodenominado Proceso de Reorganización Nacional -otro hito nefasto-, las cifras oficiales marcaron que en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires la deserción escolar en la escuela primaria oficial era del 50% y que los que quedaban era para hacerse merecedores de una plato de fideos como engrudo y un pan duro. Todo otro comentario resulta ocioso, redundante, asqueante: los resultados están a la vista.


(Villa Gesell, febrero 9 del 2006)